El auge del marketing de influencers ha transformado la manera en que las marcas conectan con los consumidores, pero no está exento de riesgos. Apenas el 5% de los usuarios confía más en la recomendación de un influencer que en la publicidad tradicional, un dato que revela un desgaste en la credibilidad de este modelo.

Por otro lado, el 61% de los especialistas en marketing considera complicado identificar influencers realmente relevantes para sus campañas. Esta dificultad no es menor si se toma en cuenta la magnitud del fenómeno: en México se estima que existen más de 443 mil influencers activos, lo que ubica al país como el tercero en América Latina en la implementación de este tipo de estrategias.

El reto no solo es cuantitativo, también ético. Más del 60% de los usuarios de redes sociales percibe que algunos creadores cruzan límites sensibles al abordar temas delicados con fines comerciales. Esto ha sido señalado como una forma de chantaje emocional que busca generar impacto a cualquier precio, aun a costa de la confianza del público.

Este cambio en la percepción plantea un dilema para marcas y creadores: la autenticidad ya no es opcional, sino una exigencia. La audiencia está cada vez más atenta a los mensajes que consumen y rechaza con firmeza aquellas prácticas que considera manipuladoras o poco transparentes.

En este contexto, el marketing de influencers enfrenta la necesidad de evolucionar hacia un modelo más responsable, en el que la ética y la coherencia con los valores de la audiencia sean parte central de la estrategia. De lo contrario, el costo oculto de la credibilidad perdida podría superar con creces los beneficios inmediatos de la exposición digital.